viernes, 22 de noviembre de 2019

ORGANIZACIÓN PSICOLÓGICA DEL NIÑO DISCAPACITADO VISUAL O AUDITIVO


Tanto en el caso de una carencia visual como auditiva (ceguera y sordera), deben ser examinadas y tratadas de distinta manera. No es lo mismo la discapacidad visual congénita o de nacimiento que la sobrevenida una vez alcanzado cierto nivel de desarrollo psico-social y afectivo. Lo mismo suele suceder con los casos de audición. Deberemos, pues, distinguir un caso congénito de otro adquirido.

La discapacidad visual (ceguera) congénita 

Se admite que la ceguera por sí misma no dificulta cuantitativamente el desarrollo intelectual, a no ser que exista una afección subyacente. No obstante, cuando existen ciertos obstáculos que dificultan su normal desarrollo, puede producirse un déficit muchas veces irreversible, muy especialmente en el campo motor del infante. Ello es debido a cierta carencia de estímulos que puede encontrar el niño en su entorno familiar y escolar.

En el niño sin perturbaciones visuales, la motilidad es en un principio automática, y el movimiento es impelido por los estímulos que encuentra a su alrededor. Esto no sucede con el infante discapacitado visual.

Es cierto que el niño invidente no puede organizar su espacio de la misma forma que el vidente, viviendo en un espacio háptico y auditivo.

Algunos autores apuntan una serie de rasgos sobre la personalidad de los niños ciegos: ansiedad, dependencia, falta de agresividad, gran sensibilidad y frustraciones… Otros autores aducen, con razón, que las inadaptaciones más significativas deberían de buscarse dentro del ámbito socio-familiar y escolar del niño.

No obstante, no debemos de olvidar que la falta de visión dificulta seriamente la adquisición del aprendizaje y su educación. Requiere por parte de los padres una serie de cualidades, notablemente superiores que las necesarias para la educación de un hijo sin problemas de visión.

A menudo, los éxitos alcanzados por los invidentes, ponen de manifiesto un ingenio muy notable, pero se dejan por el camino una serie de mecanismos compensatorios gratificantes y muy importantes para el ser humano.

La discapacidad visual (ceguera) adquirida

Por lo general, el infante que le ha sobrevenido una ceguera de forma tardía, tendrá menos dificultades de aprendizaje e integración que aquellos niños que nacieron ya ciegos.

El rendimiento a las pruebas que intervienen datos espaciales, son tanto mejores cuanto más  experiencia visual haya adquirido antes de su invidencia.

Los infantes con una ceguera tardía poseen una clara superioridad respecto a los invidentes congénitos, dentro del campo del espacio táctil, debido a que pueden ayudarse en base a una experiencia visual previa, puesto que su mente se apoya en las vivencias pasadas.

De forma más esporádica que en la invidencia congénita, en ocasiones se observan trastornos afectivos que no dependen de la ceguera, sino de la pérdida del contacto con el entorno, y más si este no es el más adecuado a la sensibilidad infantil del afectado.

La discapacidad auditiva (sordera) congénita 

Estos niños discapacitados presentan claros signos de trastornos del desarrollo intelectual. A pesar de carecer del mejor sistema de información como es el lenguaje, suelen desenvolver una inteligencia práctica casi normal, siempre y cuando estén convenientemente estimulados. Sólo en el campo de la abstracción y del pensamiento formal, el handicab es siempre importante. Es ahí donde serán más vulnerables.

Sus trastornos del desarrollo afectivo son frecuentes. Su personalidad está menos estructura-da, y algunos autores apuntan a trastornos graves, tales como, un aislamiento profundo, que puede llegar al autismo. Estados neuróticos, con sintomatologías fóbicas y obsesivas, que pueden derivar en estados psicopáticos.

La discapacidad auditiva (sordera) adquirida

De darse en un período preverbal, ocasiona trastornos de igual naturaleza que en los discapacitados congénitos. Si se produce en períodos más avanzados, la problemática irá decreciendo, pero de ningún modo desaparecerá. En la adolescencia, una etapa crítica, suele acarrear serios problemas de aislamiento, tristeza, sentimientos de inferioridad, etc. En otros, aparecen reacciones de cólera violentas.

F. Xavier Serracant


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